Antonio Palacios, el arquitecto y urbanista que ayudó a modernizar la imagen de Madrid
El Madrid que hoy conocemos no sería la ciudad moderna y cosmopolita sin la figura de Antonio Palacios. Considerado uno de los arquitectos más influyentes en la España de la primera mitad del siglo XX, fue uno de los principales artífices de la transformación de Madrid en una metrópoli del siglo XX, sobre todo en lo que respecta al eje Gran Vía-Alcalá, proyectando un gran número de edificios monumentales, aunque también intervino en la construcción de viviendas en el barrio de Salamanca y, por supuesto, en la red del Metro. Dicen que Antonio Palacios es a Madrid lo que Antoni Gaudí a Barcelona.
A que es imposible imaginar un Madrid sin el edificio del Palacio de Cibeles, el Instituto Cervantes, el Círculo de Bellas Artes, el Hospital de Maudes… Pues todas estas construcciones se las debemos al genio de la misma persona: el arquitecto y urbanista Antonio Palacios. Testigo de una época convulsa, en la que conviven y se solapan tendencias diversas, su arquitectura se convierte en emblema, en referente de una nueva imagen urbana, contribuyendo de forma decisiva a transformar Madrid en una ciudad moderna y cosmopolita.
La obra madrileña de Antonio Palacios, bien merece que hagamos un breve recorrido por su vida y por los más significativos de la treintena de edificios que aún podemos contemplar en Madrid muchos de los cuales, afortunadamente, han llegado hasta nuestros días sin modificaciones importantes que afecten a su gran valor arquitectónico.
Un destino a cara o cruz
Nacido en la localidad pontevedresa de O Porriño en 1874, séptimo hijo de una familia acomodada, la infancia de Palacios transcurrió rodeada de planos, herramientas de construcción, diseños, hierro, granito… debido a los trabajos de obra públicas que realizaba su padre en el ferrocarril. El propio arquitecto explicó en más de una ocasión cómo el ambiente familiar ligado a las obras públicas incidió en su vocación.
En 1892, con 18 años, llega a Madrid para estudiar en la Escuela Politécnica. Si bien llegó a dudar entre la Arquitectura y la Ingeniería tras realizar de forma conjunta los estudios preparatorios de estas dos carreras, tuvo que elegir entre ser ingeniero y arquitecto; y, según sus propias palabras, una moneda lanzada al aire fue la que decidió su destino. En diciembre de 1900 superó la reválida de fin de carrera en la Escuela de Arquitectura de Madrid, realizando un proyecto de palacio arzobispal que obtuvo la calificación de notable, la más alta de la prueba.
El primer trabajo de Palacios llegaría solo un año después: la decoración del desaparecido puente de la Princesa de Asturias en Madrid. Esta obra, al igual que otras muchas, la haría en asociación con su compañero de estudios y amigo el arquitecto Joaquín Otamendi. Atrevidos, rompedores y con ganas de comerse el mundo, los dos socios se presentan a numerosos concursos, para finalmente, en 1902, lograr el premio por el Proyecto de Puente Monumental para Bilbao; en 1903 el Proyecto de Gran Casino para Madrid.
La consagración definitiva
En 1904, Antonio Palacios y Joaquín Otamendi ganaron el concurso convocado para realizar el Palacio de Comunicaciones, fue el primer gran éxito de estos dos arquitectos, y sin duda su obra más carismática. Un edificio monumental, estructurado en torno a un gran patio central y rematado por torres en las esquinas, con influencias neogóticas de Viollet-le-Duc, y del estilo Secesión de Otto Wagner.
Inaugurado en 1919, la blanca fachada del Palacio de Comunicaciones aún se erige imponente y es escenario básico para cualquier turista que visite Madrid. Llama la atención tanto su aspecto exterior, dominado por un soberbio trabajo en piedra, como su interior, donde se cuida hasta el más mínimo detalle de la decoración, destacando los techos y suelos de cristal, los azulejos en las escaleras y el delicado y exquisito trabajo de forja.
Conjugando la monumentalidad y el carácter simbólico que debía tener el edificio institucional, con una distribución funcional y racionalista, su imponente fachada combina influencias historicistas, referencias estilísticas del modernismo, la arquitectura norteamericana y la secesión vienesa que no dejarían de estar presentes en el resto de la obra de Palacios.
Un hospital con aires palaciegos
Inaugurado en 1916, el Antiguo Hospital de Jornaleros de San Francisco de Paula (calle Maudes, 17), también conocido como Palacio de Maudes, fue un encargo de una institución benéfica para dar asistencia gratuita a los jornaleros madrileños. De nuevo, en colaboración con Joaquín Otamendi, Antonio Palacios proyectó un hospital articulado en torno a un patio central de forma octogonal, alrededor del cual, se sitúan cuatro cuerpos que constituyen las diferentes alas del hospital. En los extremos de las mismas se sitúan las estancias administrativas así como la capilla. La fachada exterior de piedra blanca, con pináculos y balaustradas en sus torres, recuerda a su primer trabajo juntos, el Palacio de Comunicaciones.
En su construcción se utilizó únicamente piedra, destacando el lado artesanal en la decoración cerámica, obra del afamado ceramista Daniel Zuloaga. Durante la Guerra Civil fue incautado por el ejército popular republicano, siendo transformado en hospital de la I Región Militar y en la actualidad, alberga la Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Transporte de la Comunidad de Madrid. Nadie pensaría a primera vista cuando pasea por la Glorieta de Cuatro Caminos que este edificio se diseñó como un hospital.
Como curiosidad: dentro de este edificio se encuentra la parroquia de Santa María del Silencio, primera parroquia para personas sordas y sordociegas que se inaugura en Madrid.
El Círculo de Bellas Artes: epicentro cultural
Situado en la confluencia de las dos grandes arterias urbanas de Madrid, la calle de Alcalá y la Gran Vía, el Círculo de Bellas Artes (1919-1926) sigue teniendo, desde su nacimiento, el mismo valor iconográfico en la escenografía urbana. Fueron los propios socios del espacio quienes apostaron por el rompedor proyecto con el que se presentó a concurso Palacios. Pese a encontrarse en el vértice de dos calles, el Círculo no está concebido como un edificio de esquina, sino que su acceso principal se encuentra en la calle Marqués de Casa Riera.
Subir a la azotea es toda una experiencia visual, desde ésta que se puede admirar el espectacular entorno de Alcalá y Gran Vía. Está presidida por la singular escultura en bronce de Minerva, diosa romana de la sabiduría y el arte, que mide más de 7 metros incluyendo la lanza, obra del escultor Juan Luis Vasallo, y que proyectó Palacios para coronar el edificio, convirtiéndose en el emblema del Círculo de Bellas Artes desde su fundación.
A través de la entrada, se accede a un gran vestíbulo que conduce a la monumental escalera que comunica la seis plantas del edificio. Lleno de belleza, y también de historia, aquí venía Picasso a dar clases de pintura, Valle-Inclán frecuentaba sus salones y en la Sala de Columnas se daban dos bailes míticos cada año, el de máscaras y el de Reyes.
De Banco a centro de cultura
A principios del siglo XX, muchas de las grandes empresas industriales y financieras del momento se dieron cuenta de la necesidad de proyectar una imagen elegante y prestigiosa que diera notoriedad a sus negocios. Gracias al prestigio adquirido por Palacios en sus primeros proyectos, estas empresas particulares encontraron en el arquitecto la figura de excelencia para proyectar su voluntad de éxito. Esto hizo, que comenzasen a encargarle proyectos de índole privada, entre ellos destaca el Banco Español del Río de la Plata.
Conocido como Edificio de las Cariátides es una de las obras más espectaculares de Antonio Palacios. El edificio que hoy ocupa el Instituto Cervantes fue concebido, sin escatimar medios, como sede del Banco Español del Río de la Plata (tiempo después también fue sede del Banco Central).
En esta ocasión, Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, juntos por última vez, diseñaron este edificio que tendría con posterioridad, una gran influencia en el estilo arquitectónico de otros bancos de la capital. Inaugurado en 1918, destaca por las cuatro inmensas cariátides que flanquean su puerta principal y por las espectaculares columnas jónicas de su fachada, en la confluencia de las calles de Alcalá y Barquillo.
La arquitectura doméstica de Palacios
Con su estilo moderno y personal, Antonio Palacios dejó en Madrid edificios admirables en los que se puede apreciar su gusto por la ornamentación, con torreones rematados por pináculos, vidrieras, columnatas de granito, arcos de triunfo, balaustradas de forja, escalinatas singulares…
Pero, Antonio Palacios no solo realizó edificios monumentales para organismos oficiales, instituciones benéficas o grandes empresas. Palacios también se dedicó a la construcción de residencias para clases acomodadas y de viviendas funcionales, aunque no haya trascendido tanto como su arquitectura monumental, estas creaciones domésticas fueron también frecuentes en la trayectoria de Palacios.
Casa Matesanz en la Gran Vía madrileña. Los hermanos Matesanz encargaron a Palacios la construcción de este edificio, que sería el primero que el arquitecto construiría en la Gran Vía. Combinaba un uso tanto para oficinas como para locales comerciales, siguiendo el estilo americano que comenzaba a imponerse. Resulta tan interesante el exterior, como el interior, diseñado alrededor de un gran patio. Su fachada de miradores de cristal, separados por pilastras de grandes proporciones, que se unen en la parte superior formando arcos de medio punto, es uno más de los iconos de la Gran Vía madrileña.
En la edición de Casa Decor 2002, tuvimos la oportunidad de ocupar el edificio de Castellana, 28. Construido con el sello particular y monumental que define las creaciones de Palacios, en aquella ocasión las ideas mostradas en los 50 espacios proyectados por los 76 profesionales participantes demostraron que este regio edificio debía cuidarse al máximo como si se tratara del protagonista fundamental de aquella Exposición.
Casa Comercial Palazuelo
Inspirado en la arquitectura de la Escuela de Chicago, este edificio encargado por Demetrio Palazuelo en 1919, a quien Palacios había ya construido años antes el edificio de viviendas en la calle Alcalá, nació con una idea clara: darle todo el protagonismo al interior. Porque la Casa Comercial Palazuelo (Calle Mayor, 4), uno de los primeros edificios de oficinas y utilización comercial de Madrid, debía atraer gente. Así, aunque enamore su fachada, con columnas corintias, miradores de hierro y cristal, el interior es pura magia.
Sin duda, lo más llamativo de este edificio es el patio interior central, que recibe la luz a través de una gran vidriera triangular que lo cubre, iluminando unos suelos de mármol y una escalera imperial que da acceso a los distintos locales y oficinas que, un siglo después, siguen funcionando. Aquí, el genial arquitecto, jugó de forma magistral con curvas y contra curvas, planos cóncavos y convexos para crear un espacio absolutamente sobresaliente.
Arriba y abajo
Antonio Palacios no solo transformó la antigua villa barroca en una metrópoli moderna con sus edificios emblemáticos de Madrid en superficie, también dejó su huella en el Madrid suburbano. Nombrado en 1917 arquitecto de la Compañía Metropolitana Alfonso XIII, Antonio Palacios fue el arquitecto encargado del diseño de interiores y de la estética de las primeras estaciones del Metro de Madrid (entradas, vestíbulos, andenes, túneles de paso, barandillas, farolas, templetes…).
En colaboración con Joaquín y Miguel Otamendi, organizó los accesos y definió la estética de las primeras líneas y diseñando también su conocido logotipo en forma de rombo de la compañía. Para diseñar éste último, se basó en el diseño del Metro de Londres, aunque en lugar de mantener su forma redondeada, lo hizo en forma de rombo, manteniendo los colores: azul, rojo y blanco.
En la actualidad, debido a las sucesivas y continuas remodelaciones del Metro madrileño, apenas queda huella de sus diseños, de modo que, tan solo podemos verlos en la estación fantasma de Chamberí, hoy convertida en museo (Anden Cero. Estación-Museo de Chamberí) y en las bocas de acceso a algunas estaciones, como Noviciado, con las características barandillas de forja de hierro; los vestíbulos de Pacífico o las balaustradas de piedra en las estaciones de Tirso de Molina y Cuatro Caminos.
Una de las instalaciones más vistosas del antiguo Metro, era el templete de la antigua Red de San Luis, el cruce entre las calles Montera y Gran Vía, que Palacios la proyectó con un fin eminentemente práctico: era el punto de acceso de la estación de Gran Vía, que se situaba 20 metros por debajo del nivel de la superficie. Inaugurado en 1920, desde allí se podía utilizar el ascensor – abonando una cantidad de 5 céntimos – o, si no, existía la opción de bajar gratis por las escaleras. Pero más allá de su utilización práctica, Palacios no obvió la estética, y fue capaz de diseñar un elemento hecho con granito y techado con una gran marquesina de hierro y cristal que le dio su característico aspecto.
Retirado en 1970, fue enviado por el Ayuntamiento madrileño a la localidad de origen de su autor, Porriño. Y allí continúa, para deleite de sus vecinos, que no han querido desprenderse de esta obra para que volviera a Madrid. Es por ello que Metro decidió realizar una réplica exacta del templete que hace ya cien años levantó Palacios. Así, desde el verano de 2021, siguiendo el diseño inicial, una réplica del genuino templete que acoge el elevador vuelve a transportar a madrileños y foráneos al corazón del suburbano.