Cosas que (quizás) no sabías de Mariano Fortuny y Madrazo

Mariano Fortuny y Madrazo es una de las figuras más singulares del arte europeo de comienzos del siglo XX. Su nombre se asocia a vestidos, lámparas y tejidos exquisitos, pero su historia personal es aún más fascinante: un hombre nacido entre lienzos y antigüedades que convirtió un palacio veneciano en un laboratorio de arte, luz y técnica.

De Granada a París
Fortuny nació en Granada en 1871, hijo del célebre pintor Mariano Fortuny y Marsal y de Cecilia de Madrazo, perteneciente a una de las familias más influyentes del arte español. Su abuelo, Federico de Madrazo, había sido director del Museo del Prado, y su tío Raimundo de Madrazo fue también un reconocido pintor.
La muerte prematura de su padre en 1874 marcó a la familia. Cecilia se trasladó con sus hijos a París, donde Fortuny creció rodeado de artistas, coleccionistas y mecenas. En ese ambiente cosmopolita descubrió su interés por la pintura, la química, la electricidad y el teatro: disciplinas que más tarde fundiría de manera insólita.

Venecia: el escenario de una vida
En 1889, con apenas dieciocho años, se instaló en Venecia. La ciudad, entonces un hervidero de artistas y mecenas, le ofrecía el ambiente perfecto para experimentar. Allí comenzó a pintar, a estudiar la luz del Adriático y a investigar con nuevos materiales. Su fascinación por la escenografía teatral y las posibilidades técnicas de la iluminación lo llevaron a desarrollar sistemas que revolucionarían el teatro europeo.

Henriette Nigrin: la socia invisible
Fue en esa época cuando conoció a Henriette Nigrin, una joven modista francesa que trabajaba en los círculos artísticos venecianos. Su relación fue inmediata, tanto personal como creativa. Sin embargo, la familia de Fortuny –los Madrazo– nunca vio con buenos ojos la unión: consideraban inapropiado que un heredero de su linaje artístico se comprometiera con una costurera sin fortuna ni título.
Fortuny ignoró las objeciones familiares. Henriette se convirtió en su compañera inseparable, en su mano derecha en el taller y en la verdadera gestora de sus creaciones textiles. Vivieron juntos durante más de veinte años antes de casarse oficialmente en 1924, cuando ya habían formado un dúo artístico inseparable.


El Palazzo Orfei: un laboratorio veneciano
En 1899, Fortuny adquirió el Palazzo Pesaro degli Orfei, en el barrio de San Beneto, un edificio gótico que convirtió en su residencia y estudio. Allí instaló un taller fotográfico, un laboratorio de tintes, una imprenta y un espacio de experimentación lumínica. En las paredes colgaban sus lienzos y bocetos; en los techos, prototipos de lámparas y reflectores.
El palacio se transformó en un ecosistema creativo único en Europa. Pintura, moda, ingeniería y artes decorativas se fundían en un mismo proyecto: buscar la armonía entre técnica y belleza. Hoy, el edificio es el Museo Fortuny, y conserva parte de aquel ambiente de alquimia silenciosa.


La revolución de la luz
En 1901, Fortuny patentó su «Sistema Fortuny», un dispositivo de iluminación escénica que permitía difundir la luz de manera más uniforme mediante pantallas reflectoras y filtros. Tres años más tarde presentó su Cúpula Fortuny, una estructura semiesférica que simulaba la luz natural del cielo sobre el escenario. Su sistema fue adoptado en teatros de Alemania y Francia y admirado por Richard Wagner, cuyas obras inspiraron buena parte de sus invenciones.
A partir de esas investigaciones nacieron sus célebres lámparas Fortuny. En 1907 diseñó la Fortuny Studio Lamp, inspirada en los focos de los estudios fotográficos, con pantalla de tela tensada y estructura metálica regulable. Su objetivo era crear una luz difusa, cálida y funcional, a medio camino entre el taller y el teatro. Más de un siglo después, sigue fabricándose en Italia por la firma Pallucco, y es una pieza icónica del diseño contemporáneo.

Delphos, el vestido más sencillamente complejo de la historia
Ese mismo año, 1907, Fortuny y Henriette presentaron su creación más famosa: el vestido Delphos, inspirado en las túnicas griegas clásicas. Elaborado en seda natural plisada mediante calor, presión y un sistema químico que fijaba los pliegues de manera permanente, el vestido rompió con la moda encorsetada de la época, liberando la silueta femenina y convirtiéndose en un símbolo de modernidad y emancipación.
En realidad, el Delphos nació como resultado de los experimentos con otra patente de Fortuny. Mariano había desarrollado diversas máquinas para estampar y transformar el tejido; entre ellas, la llamada «Máquina para plisar ondulado», capaz de producir pliegues perfectos y uniformes, imposibles de replicar a mano. Sin embargo, aunque la patente figurara a nombre de Mariano, la verdadera inventora fue Henriette Negrin. Así lo dejó registrado el propio Fortuny en una nota en la oficina de patentes: «Esta patente es propiedad de Madame Henriette Brassart (el apellido de la madre de Henriette), que es la inventora. Tomé esta patente a mi nombre por la urgencia de presentarla».




La fábrica de Giudecca
En 1919, Fortuny inauguró su fábrica de tejidos en la isla de Giudecca, donde aplicó técnicas propias de estampación sobre seda, algodón y terciopelo. Los motivos –geométricos, florales o arabescos– combinaban influencias renacentistas, bizantinas y orientales.
Fortuny creó sus propias fórmulas de tintes y pigmentos basándose en las técnicas antiguas de los maestros, otorgando a sus materiales un aura de auténtica antigüedad. Increíblemente duraderas y con una esencia sobrenatural, sus piezas eran tan desconcertantes que abundaron los rumores de brujería y magia, y Fortuny llegó a ser conocido como «el mago de Venecia».
Su reputación creció rápidamente. Las telas Fortuny se convirtieron en sinónimo de lujo discreto, y decoradores como Elsie de Wolfe o Madeleine Castaing las incorporaron a proyectos emblemáticos. Charlie Chaplin encargó cortinas y tapicerías para su casa de Beverly Hills, y museos como el Metropolitan de Nueva York o el Victoria & Albert de Londres comenzaron a adquirir sus piezas.

Elsie Lee McNeill: la mujer que llevó Fortuny a América
En 1927, Fortuny conoció a Elsie Lee McNeill, una diseñadora de interiores estadounidense que se enamoró de sus tejidos durante un viaje a Venecia. McNeill convenció al artista para que le cediera los derechos exclusivos para comercializar su marca en Estados Unidos, un gesto que marcaría un antes y un después en la expansión internacional de la firma.
De regreso en Nueva York, Elsie abrió una tienda en el 509 de Madison Avenue, un establecimiento que se convirtió rápidamente en punto de referencia para decoradores y coleccionistas. Allí vendía tanto los tejidos como los vestidos de Fortuny, aplicando un ingenioso sistema para sortear impuestos sobre artículos de lujo: los vestidos llegaban sin terminar y eran ensamblados por modistas contratadas por ella. Su estrategia no solo hizo accesibles las creaciones de Fortuny, sino que permitió que los tejidos y prendas ganaran visibilidad entre los hogares y estudios de diseño más influyentes de Estados Unidos.
Mientras la firma prosperaba en Nueva York, la Gran Depresión amenazaba la estabilidad de las fábricas italianas en Orfei y Giudecca. Gracias a la colaboración de su esposo, el mayorista de tejidos Arthur Humphree Lee, Elsie pudo salvar las instalaciones de los acreedores y mantener la producción bajo control.
La muerte de Fortuny en 1949 dejó un vacío: Henriette Negrin, esposa del artista, estaba exhausta y sin fuerzas para continuar al frente de Orfei y Giudecca, y confió a Elsie la dirección de la empresa. Aunque dudaba de su capacidad para asumir un negocio de tal complejidad, Henriette insistió y la joven interiorista aceptó el reto.
Elsie vendió su villa italiana para rehabilitar la fábrica y organizó su vida entre Venecia y Estados Unidos, gestionando personalmente la producción y la expansión internacional. Poco después, se casó con un noble veneciano, convirtiéndose en la condesa Gozzi, pero nunca abandonó su compromiso con los textiles de Fortuny.
Bajo su liderazgo, la empresa prosperó y sus telas y tejidos alcanzaron un reconocimiento global, llevándolos a proyectos de cine y televisión, así como a colaborar con diseñadores como Valentino, Dior o Rick Owens. Además, instituciones culturales de prestigio, como el Hermitage o el Palais Galliera, han reimaginado el Delphos y otros tejidos históricos, conservando vivo el espíritu y la técnica de Fortuny.
A finales de los 80, la condesa convenció a su abogado y amigo Maged Riad para que tomara las riendas de Fortuny. Hoy, los hijos de Riad, Mickey y Maury, lideran a Fortuny hacia un nuevo siglo.


En la actualidad, la producción de Fortuny sigue viva en Giudecca, donde los tejidos se elaboran a mano con las mismas técnicas secretas que Mariano ideó hace más de un siglo. La firma mantiene boutiques en ciudades como Nueva York, París y Londres, y sus telas siguen siendo protagonistas en proyectos de decoración e interiorismo, colaboraciones con diseñadores de alta costura y producciones culturales. Desde los icónicos vestidos Delphos que inspiraron películas clásicas hasta trabajos recientes con la figurinista Anna Robbins para la serie y película «Downton Abbey», el legado de Fortuny continúa reinterpretándose y fascinando a nuevas generaciones.
Fotos: Fortuny


