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El blog de Casa Decor: La casa se mueve
BLOG: LA CASA SE MUEVE

La Casa Palacio del Marqués de los Vélez y Conde de Niebla: del siglo XIX a Casa Decor 2026

28 / 11 / 2025

Casa Palacio del Marqués de los Vélez y Conde de Niebla en el barrio de las Letras de Madrid, sede de Casa Decor 2026

En 2026, Casa Decor se instalará en un lugar muy especial: la Casa Palacio del Marqués de los Vélez y Conde de Niebla, en la esquina de las calles San Agustín y Cervantes, en pleno corazón del histórico barrio de Las Letras. Es la primera vez que nuestra cita de interiorismo aterriza aquí, en un barrio cargado de memoria literaria, artística y cultural. Mientras otros años habíamos rozado sus límites –como con Atocha 34 en 2016 o Plaza de Canalejas 3 en 2021– esta vez nos adentramos de lleno.

Gracias a la generosidad de Sircle Collection y Take Point, actuales propietarios del edificio, abrimos sus puertas para acoger esta edición de Casa Decor, antes de emprender su conversión en hotel boutique de lujo. Un edificio con pasado que se prepara para tener un nuevo futuro… un palacio que renace.

Su historia ha sido reconstruida por el historiador Rubén Pérez Eugercios, cuya investigación nos permite explicar con precisión cómo se formó, qué usos tuvo y cómo llegó a su estado actual.

Panorámica del barrio de Las Letras de Madrid donde se ubica la Casa Palacio del Marqués de los Vélez, sede de Casa Decor 2026

El solar: de convento desamortizado a parcela residencial

Según explica Pérez Eugercios, el palacio se levanta en una de las parcelas que surgieron tras la desamortización de Mendizábal de 1836. Este proceso consistió en la expropiación y venta en subasta pública de tierras eclesiásticas, conocidas como «manos muertas» porque permanecían improductivas. Dichas propiedades habían llegado a la Iglesia mediante donaciones, herencias y sucesiones de personas fallecidas sin descendencia (abintestatos).

En ese lugar se encontraba originalmente el convento de San Antonio del Prado, un conjunto formado por edificios religiosos y huertas pertenecientes a los capuchinos del Prado. Su demolición y posterior división en parcelas dio lugar a nuevas manzanas edificables en un punto estratégico, situado entre el antiguo Palacio del Buen Retiro y el eje del Prado.

Durante varias generaciones, la Casa de Medinaceli mantuvo derechos y posesiones sobre parte de esta manzana. A mediados del siglo XIX, cuando la duquesa viuda de Medinaceli decidió vender estos terrenos, el Marqués de los Vélez adquirió la parcela donde hoy se ubica el actual palacio.

Pérez Eugercios explica que, con esta compra el Marqués no solo se hacía con un solar bien ubicado: también recuperaba la presencia de su linaje en una zona tradicionalmente vinculada a su familia, la de Medina Sidonia. En un momento en que muchas casas nobles se trasladaban a los nuevos palacetes de la Castellana, él eligió permanecer en un barrio de antigua raigambre aristocrática, reforzando así la continuidad histórica de su casa.

Detalle arquitectónico de la fachada neoclásica de la Casa Palacio del Marqués de los Vélez en Madrid

Vista exterior de la Casa Palacio del Marqués de los Vélez desde la calle, futura sede de Casa Decor 2026

El Marqués de los Vélez y Conde de Niebla

Alonso Álvarez de Toledo y Caro, heredero de la casa de Medina Sidonia, ostentó el título de XV Conde de Niebla y fue Grande de España gracias al marquesado de los Vélez, que recibió de su padre, aunque nunca llegó a sucederle en el ducado.

En 1877 contrajo matrimonio con María Trinidad Caballero y Muguiro, hija del Marqués de Somosancho, título creado por Alfonso XII para reconocer a los nuevos poderes económicos surgidos de la burguesía, entre ellos su padre, Andrés Caballero y de Rozas, destacado comerciante y senador vitalicio.

La figura del marqués encarna así el tránsito de una nobleza tradicional vinculada a sus grandes dominios agrícolas hacia una presencia activa en la Corte, donde los cargos políticos –frecuentemente diseñados para los Grandes de España– formaban parte del engranaje caciquil de la Restauración. Su matrimonio, al unir un linaje aristocrático histórico con una familia ennoblecida por su peso económico, refleja el proceso de convergencia entre la vieja nobleza terrateniente y la nueva élite burguesa.

En este contexto, la construcción del palacio adquiere pleno sentido: se inscribe en el momento en que ambas aristocracias, tradicional y emergente, consolidan su influencia política y social mediante residencias urbanas que afianzaban su presencia en las altas esferas del país.

Fachada principal de la Casa Palacio del Marqués de los Vélez y Conde de Niebla en el barrio de las Letras de Madrid

El Palacio y sus arquitectos

Cuando el Marqués de los Vélez decidió levantar su residencia madrileña, eligió como arquitecto a Enrique Sánchez y Rodríguez, un profesional madrileño formado en la Escuela de Arquitectura recién creada y muy ligado al eclecticismo clasicista que dominaba Madrid en la segunda mitad del XIX.

Sánchez no era un arquitecto de grandes obras, pero sí alguien con una trayectoria sólida como arquitecto municipal, con trabajos en Móstoles y varios proyectos madrileños, entre ellos la Junta Municipal de Chamberí, donde se aprecia ese clasicismo sobrio, equilibrado y muy villanuevista que tanto identificaba a la arquitectura oficial de la época.

Y, según interpreta el historiador, ese gusto por lo clásico es precisamente lo que atrajo al marqués: buscaba una arquitectura que no sólo fuera elegante, sino que transmitiera el peso histórico de la Casa de Medina Sidonia, la más antigua de España, y que evitara los estilos exuberantes que estaban de moda entre la nueva nobleza burguesa.

Con esa idea en mente, el palacio se proyectó al estilo de las nuevas viviendas burguesas del XIX: un hotel, como lo llamó el propio Sánchez usando el término francés hôtel, que definía la vivienda urbana burguesa independiente o semiaislada, de escala más íntima que los grandes palacios tradicionales. En este caso, eso sí, no había jardín: era un palacete entre medianeras, muy urbano, pequeño comparado con los caserones del XVII y XVIII, pero cuidadosamente trazado y de gran calidad arquitectónica.

El proceso administrativo fue rápido: la licencia se inicia el 29 de abril de 1892 y la aprueba José Urioste el 14 de mayo. El 1 de julio se delimita el solar con la tirada de cuerdas y las obras continúan hasta su finalización el 16 de enero de 1895.

El edificio se organizó entonces en tres alturas. En el semisótano se ubicaron las cuadras, las cocheras y la vivienda del cochero. En la planta baja, una portada discreta en la calle San Agustín daba acceso a un paso junto a la medianera norte que conducía al patio posterior y a los espacios de servicio; desde este paso se llegaba al vestíbulo y a la escalera principal, el esquema habitual de las residencias urbanas entre medianeras.

Escalera monumental del interior de la Casa Palacio del Marqués de los Vélez con diseño art déco y vidriera histórica

La escalera, de hecho, es uno de los elementos más enigmáticos del palacio. Su diseño –con una meseta intermedia abierta al vestíbulo, una caja semicircular muy marcada, una gran vidriera de la casa Maumejean coronada por el escudo familiar y una bóveda con lucernario– no encaja del todo con el estilo del proyecto original. Su lenguaje, más limpio, geométrico y cercano al art déco temprano, y la estilización de la forja, apuntan a que fue construida en una fase posterior, probablemente a finales de los años 10 o durante los años 20. Aunque no hay documentación directa, su estética se acerca tanto a las obras de Joaquín Sainz de los Terreros en esa época que el historiador Pérez Eugercios supone que pudo ser él quien la ejecutara, antes incluso de intervenir oficialmente en el palacio. En cualquier caso, es un elemento extraordinariamente original dentro de la arquitectura residencial madrileña del momento.

Salón de la planta noble de la Casa Palacio del Marqués de los Vélez antes de su rehabilitación para Casa Decor 2026

La planta noble se situaba en la primera altura, con los grandes salones representativos —incluido el salón de fiestas y bailes, tan típico de la época— y los dormitorios principales. Las plantas superiores se dedicaban al servicio, como era habitual.

Del proyecto original del palacio hoy se conservan el alzado hasta la tercera planta y dos espacios clave: el zaguán y la caja de escaleras, concebidos con un barroco clasicista elegante y rotundo. La decoración interior que tuvo el palacio en tiempos del marqués no ha llegado hasta nosotros, pero podemos imaginar perfectamente su nivel viendo las piezas que formaban parte de su colección: nada menos que cuadros de Goya o un Van Dyck que él mismo dejó al Museo del Prado en su testamento.

Lucernario original y caja de escalera de la Casa Palacio del Marqués de los Vélez en Madrid

El primer cambio radical en la vida del edificio llegó en 1926, cuando el palacio pasó a manos de la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Para adaptarlo a su nueva vida conventual llamaron precisamente a Joaquín Sainz de los Terreros, quien ya encarnaba la siguiente generación del eclecticismo madrileño, más monumentalista y camino de la modernidad. Su intervención más decisiva fue la construcción de la capilla, ubicada en los antiguos espacios de cocheras, convertidos ahora en un espacio litúrgico exquisitamente ornamentado.

La capilla mezcla elementos platerescos y goticistas con detalles modernistas, y su decoración la realizaron los talleres Granda bajo la dirección del sacerdote y artista Félix Granda Buylla. A partir de ahí, Sainz de los Terreros fue el responsable de los recrecidos del edificio, necesarios para alojar a la comunidad, que se solicitaron en 1935.

Y aquí comienza la siguiente etapa: el palacio se convierte en colegio en 1934, lo que exige ampliar alturas. En 1935 se tramita la licencia para levantar una planta más; incluso se pagan las tasas para ocupar la vía pública con vallas y andamios, pero la Guerra Civil lo paraliza todo. En 1941 se devuelve parte de esas tasas, y en los años 40, en un contexto mucho más permisivo con las instituciones religiosas, se ejecutan no solo la altura prevista, sino las dos plantas que hoy vemos, siguiendo el esquema proyectado originalmente. La segunda planta queda retranqueada, permitiendo el vuelo del torreón del chaflán y generando amplias terrazas con balaustradas. 

La última intervención importante documentada es la de 1950, realizada por José Yárnóz Larrosa, que reformó el portal y la portería por pura necesidad funcional, intentando no alterar demasiado el carácter del zaguán.

A partir de entonces y hasta la licencia de obras otorgada en 2009, el edificio fue encadenando reformas menores —aperturas de huecos, reestructuraciones puntuales, nuevas escaleras de servicio— que respondían a necesidades del colegio o del convento. Estas intervenciones, acumuladas durante décadas, fueron fragmentando y alterando la disposición original del palacio.

Aunque el edificio ha ido adaptándose a cada nueva etapa, lo cierto es que esa capacidad de transformación ha acabado convirtiéndolo en un palacio especialmente interesante: un lugar donde aún se reconocen las huellas de su origen noble y, al mismo tiempo, la superposición de soluciones arquitectónicas de épocas distintas. La estructura actual conserva espacios clave del proyecto de 1892 y suma aportaciones de enorme valor, como la capilla o la escalera, que enriquecen su lectura histórica y lo convierten en un ejemplo singular de cómo un palacete madrileño puede evolucionar sin perder carácter.

Fotos: Nacho Uribesalazar para Casa Decor.

Texto: Marta Sanz
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